Lo primero que te choca al llegar al país son los
contrastes, y te recuerda los excesos de los que estamos rodeados. Pero también
te llama la atención la alegría de la gente, especialmente las sonrisas de los
niños (que siempre salían a saludarnos cuando paseábamos por el barrio);
sonrisas francas que te ayudaban a seguir caminando cada día.
Allí las hermanas tienen un centro médico-social, compuesto
por una escuela donde enseñan alfabetización y un oficio (peluquería o costura)
y donde algunas de las chicas tienen oportunidad de quedarse como internas
durante los años de estudio. También tienen un centro médico en el que hay
varias salas de hospitalización (tanto de adultos como de niños), una sala de
consultas externas, dos salas de urgencias, farmacia, laboratorio, sala de
curas, maternidad y dispone también de una ambulancia. Respecto al personal
está formado por personas del país y algunas de las hermanas.
Nosotras nos quedábamos a dormir en la casa de cooperantes
que ellas tienen allí.
Ya conocía el proyecto cuando empezó a construirse y siempre
hemos tenido interés por él. Recuerdo que al llegar nos mostraron las
instalaciones y nos presentaron al personal y la actividad diaria y me emocioné
al pensar que por fin aquella obra, que creía faraónica, estaba en marcha y
funcionaba estupendamente.
Creo que lo importante de estas experiencias es el
intercambio, por eso creo que es fundamental ir con humildad, porque te das
cuenta de que tienen mil cosas que enseñarnos y quizá nosotros a ellos también,
aunque reconozco que siempre, siempre te llevas mucho más de lo que puedes
aportar.
Estuvimos colaborando en el centro médico y me gustó mucho
que nos abrieran las puertas de par en par; nos integraron en el equipo como
uno más, fueron ellos los que me tendieron la mano para trabajar codo con codo.
Mi gran dificultad fue el idioma (allí se habla francés),
porque te limita para lo realmente importante que es entablar relación con la
gente, poder mantener conversaciones y conocerlos. En esto me ayudaron a
soltarme los niños, porque ellos hablan el lenguaje universal donde una sonrisa
llega a decir mucho. Y sobre todo me apoyé en la oración y me doy cuenta de que
el Señor se vino de viaje con nosotras, porque fue su mano la que hizo posible
que mi disposición cambiara y disfrutara realmente a pesar de mis limitaciones.
He tenido la suerte de vivir diferentes experiencias de este
tipo y he podido comprobar que cuando se trata de misión y no cooperación la
vivencia es completa (al menos para mí), porque te ayuda a tener presente a
Dios en todo momento; la fe, cuando se comparte en grupo, se fortalece.
Quiero agradecer a las hermanas su acogida, el tratarnos
como una más y hacer de su casa la nuestra, el darnos la libertad para vivir
nuestra fe.
Animo a todo el mundo a vivir una experiencia de este tipo
porque te ayuda a crecer, a tener la mente más abierta, a abrir nuestras
ventanas al mundo y, sobre todo, porque te acerca a Dios.
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