REDACCIÓN. Almazora.
La hermana
Fernanda Pons (Ciutadella, 1945) no puede hacer oídos sordos a la misión. Nada
más ingresar en la congregación de la Consolación pidió ser enviada ad gentes,
y su primer destino fue la parroquia de Safané, en Burkina Faso, donde
coincidió con el sacerdote diocesano D. Ricardo Miralles y la también religiosa
de la Consolación, Josefina Escrig, de Atzeneta. Allí pasó once años, de 1977
al 88.
Entre un destino y
otro, ha vivido una década en la Diócesis, dedicada al Hospital Provincial, la
pastoral penitenciaria en Castellón y la residencia de hermanas mayores de
Almazora, donde acaba de pasar un año hasta que de nuevo se vuelve a la misión:
“Pedí el traslado porque he recibido mucho, y quiero darlo mientras tenga
salud”. El 24 de noviembre emprende su viaje a México, a un centro de acogida
de niños con daños cerebrales donde aportará su saber hacer de enfermera y su
corazón de consagrada.
Fernanda Pons
asegura que, en la misión, le cautiva la sencillez de la gente: “Se vive tal
como eres, sin máscaras. Eso es lo mejor del mundo. Además, es muy hermoso el
trabajo intercongregacional, el sentido de apertura y de unidad al mismo
tiempo”. La religiosa recuerda cómo tras el terremoto de Haití, en el 2010,
formó parte de un equipo de diversas familias religiosas para ayudar. Pasó tres
meses para sostener el trabajo de una religiosa franciscana italiana: “No había
nada, pero esa mujer consiguió levantar de nuevo un hospital, una escuela y
casas para la gente”.
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