Desde hace tres años, David Rubio y María
Millán están en misión ad gentes con sus hijos en la ciudad ukraniana de
Odessa. Un destino desconocido para la mayoría hasta que hace unos meses estalló
el conflicto en el país eslavo y se empezó a gestar la anexión de Crimea por
parte de Rusia. Para esta familia de Castellón las tensiones que vive la
sociedad ukraniana tienen mucho que ver con el vacío que han dejado medio siglo
de comunismo.
David Rubio explica que “en la situación
actual del país hay una juventud que se ha dado cuenta de las consecuencias de
comunismo. Un pensionista cobra 80 euros al mes, la corrupción arraigada en las
instituciones, los salarios que en media no superan los 250 euros… la gente no
quiere esto para su vida y se han revelado. El drama es que esto se manifiesta
sobretodo en la parte oeste del país, que es más pro-europea y quieren
acercarse a Europa para prosperar. En cambio, en el este tienen mucho más
arraigado el comunismo y la vinculación con la antigua Unión Soviétitca; por
eso no se quieren separar de Rusia, pensando que es lo mejor que tienen”.
Según la experiencia de misión de la familia
Rubio-Millán, que junto con cuatro familias más y un sacerdote están arraigando
una presencia de iglesia en un territorio donde los católicos no llegan al
0,02% de la población, el comunismo ha dejado cicatrices difíciles de curar:
“El anunciarles a Jesucristo les supone como una violencia porque piensan que
les pides algo a cambio. Son incrédulos respecto a la gratuidad porque se
sienten engañados durante mucho tiempo. Es un pueblo que ha sufrido muchísimo”.
La
fuerza del testimonio vivido
En este contexto, la respuesta pastoral más
pertinente, afirman, es el anuncio kerigmático, es decir, del núcleo de la fe: “Con
los conflictos históricos y actuales, al final siempre es el pueblo que sufre.
Por eso anunciar a Cristo resucitado con nuestra experiencia, no con palabras
sino con hechos, explicando cómo Dios ha sido fiel en nuestra vida es el manera
de de destruir la coraza que tienen y abrir el corazón a un cambio que les
permita creer en la vida eterna. El kerigma destruye la coraza del corazón para
certificar por el Espíritu Santo que Dios existe, y entonces experimentas que
Dios te ama”.
Los frutos son lentos a llegar. En cuatro
años muchos se han acercado, pero ninguno ha perseverado. Sin embargo la
semilla del amor de Dios está calando: “Hay una estudiante que nos ayuda con
los niños, Tania, de 25 años. No creía en Dios, pero a raíz de un accidente de
su padre empezó a hacerse preguntas, y hace poco nos dijo que en nuestra manera
de afrontar las dificultades con alegría y fe encontraba esa razón para vivir
que estaba buscando”.
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